La obra de Van Gogh recorre paisajes, rostros anónimos, autorretratos, rincones y lugares variados, aunque son igualmente famosos sus cuadros de flores que recuperan la tradición holandesa del género del florero. Algunos tan famosos como sus girasoles y otros tan bellos como sus ramos de lirios.
En concreto este cuadro que cuelga en una de las paredes de uno de los mejores museos del mundo, lo pinta Van Gogh en el último año de su vida, de hecho en mayo de ese mismo año escribe a su hermano contándole el proyecto de dos cuadros de lirios, diciendo del que nos ocupa que "representa dos ramos de gladiolos violeta ante un fondo rosa y en el cual el efecto es suave y armonioso". Es una época de cierta calma en medio de su enfermedad creciente, que no obstante dará al traste con su vida apenas dos meses después.
El otro aspecto que hace grande este cuadro es consustancial a toda la obra de Van Gogh: la vitalidad que es capaz de otorgar a todos los elementos de sus pinturas. En los lienzos de Van Gogh, los objetos, lo mismo que las personas, parecen palpitar en una continua agitación que los llena de vida. Hasta los más inermes, como ocurre en este caso, porque los lirios, que apenas caben en el pequeño jarrón se arremolinan unos contra otros, saltando las flores de aquí para allá como si se dispusieran a danzar en una sinfonía de formas y colores. Late el jarrón lleno de vida y eso también nos encanta de este cuadro.
. Sereno y dulce, como una mirada suave y agradecida.