Una gran carpa roja y amarilla, las luces de colores y un megáfono que anuncia el inicio de la función. Payasos, trapecistas y malabaristas juguetean frente a un público que aplaude enloquecido.
Es difícil encontrarnos con esta imagen hoy en día. El circo parece haber perdido toda su magia en la lucha con otras formas de entretenimiento como la televisión y el cine. Pero aún ahora, ya sin la carpa a cuestas, algunos jóvenes han decidido mantener esta tradición.
Argentina es uno de esos países en los que las artes circenses se niegan a morir. En escuelas improvisadas en viejos galpones o en antiguas fábricas que se convierten en sustitutos de carpas, el circo se transforma y lucha por mantener su vigencia frente a nuevos públicos.
Adolfo Alemán es colombiano y Alejandro Peña, chileno. Ambos comparten la pasión por el circo. Para Adolfo, el aire es su elemento natural, su espacio. A metros del suelo, su cuerpo toma formas diversas, se enrolla, cae, mientras sus espectadores contienen el aliento y le dan un soplo de vida al mundo circense que se niega a morir.
Esta es su vida.